domingo, 10 de febrero de 2013

Salida fotográfica a los alcornocales


Esta vez, se trataba de una quedada organizada por un amigo el cual no es socio de Abejaruco. José Ángel Vidal, de Morón de la Frontera.

  A las 5:30 en la urbanización La Motilla, en Dos Hermanas, quedamos cuatro miembros de la Asociación, Manu, Raúl, Laura, y Juanjo, con ganas de echar un agradable día de fotos, y de conocer gente con aficiones afines a la nuestra.

  Salimos dirección a puerto Gáliz con la idea en la mente, y como no, en el estómago de parar a comernos una buena tostada. Y como dijo Paulo Coelho “cuando alguien desea con fuerza algo, todas las fuerzas del universo conspiran para que llegues a lograrlo”. Pues dicho y hecho. Paramos un poco antes de llegar a Arcos de la Frontera, donde nos pusieron unas mastodónticas tostadas dignas de Pedro Picapiedra, las cuales nos dieron fuerzas para aguantar toda la mañana.
Pero dejando la parte gastronómica a un lado y volviendo a la quedada en sí, decir que fue sobre las 8:00 cuando llegamos a la venta de Puerto Gáliz, y que allí estaban ya los que serían nuestros compañeros en la ruta. Nos presentamos y saludamos, y como ellos estaban allí con la intención de desayunar, decidimos adelantarnos y sacar a pasear nuestras cámaras, pues el ansia por poner el ojo tras el visor nos invadía.

 Así fue, y al poco tiempo estábamos aparcando en La Sauceda. Reconociendo el terreno, los pies se nos iban a los cursos fluviales, los ojos encuadraban, y las manos no dejaban de buscar a la cámara.
  Para cuando nos dimos cuenta, Manu ya se había enfundado el vadeador. Antes de que sacáramos la segunda foto, ya se habían incorporado los amigos de Morón.
  El día, frío. El viento insistía en recordarnos la humedad que allí había. Empezamos a andar en dirección a la ermita derruida de La Sauceda.
  Nos entretenía todo, un helecho, un salto de agua. Hasta la más humilde de las piedras. Todo tenía interés gráfico. A donde iba uno, íbamos todos. No queríamos que se nos escapase ni una toma.
  Llegamos a la ermita después de mil paradas, y allí Jorge, de Cortes de la Frontera, nos comentó su historia, que llegó a ser un poblado en el cual se refugiaron malhechores, desahuciados, y maquis.
  Le dedicamos un buen tiempo a sus formas, textura y detalles, mientras íbamos hablando de equipos fotográficos. Entonces, es cuando José Ángel nos dejó probar su 8 mm ojo de pez Samyang. Nos sorprendió su nitidez.
  Seguimos el camino, y empezaron los cursos de agua, las cascadas, recodos, musgos y líquenes. El día avanzaba sin que nos diéramos cuenta. Sólo el frío nos detuvo durante unos minutos y cualquier rayo de sol servía de escusa para charlar y conocer a nuestros nuevos amigos.
  Tras el bocadillo, la mochila de fabricación casera de Jorge sacó a relucir el tema de las mochilas fotográficas y de lo difícil que es encontrar la idónea, los precios, y el problema de llevar más, cuanto más grande es.
  Una foto de grupo y una sesión de fotografía a una cascada después, supuso el inicio de las despedidas. El grupo de José Ángel dio por finalizada la jornada fotográfica y volvieron a la venta  de Puerto Gáliz para comer. Nosotros nos quedamos allí, ya que veníamos preparados para ello con varios bocadillos, fruta, y frutos secos.
  Estuvimos entretenidos con dos cascadas que teníamos cerca alrededor de una hora, tras la cual empezamos a subir por los senderos para llegar hasta el carril que recorre la sierra.
  Quejigos y alcornoques inmensos, musgos, agua… Así fuimos cogiendo altura hasta llegar a un punto digno de una postal. Mientras comíamos, buitres nos sobrevolaban por encima de nuestras cabezas. Una vez en marcha de nuevo, ya en dirección al coche, éstos, seguían sobrevolándonos. Un meloncillo salió prácticamente de nuestros pies y fugazmente desapareció entre el follaje. Recorrió unos cinco metros a campo abierto. Insuficiente para poder fotografiarlo.
  La tarde fue más de paseo, de conversación, y de disfrute del entorno,  que de fotos. Ya montados en el coche, decidimos parar en la venta de puerto Gáliz para tomarnos un café bien caliente y celebrar el fantástico día que habíamos echado.


miércoles, 17 de octubre de 2012

La berrea en Cantillana, 2012


 Nos enfrascamos en esta nueva quedada, sin apenas tiempo para organizarla, y en una zona que no conocíamos. Esa zona, concretamente, es una Vía Pecuaria que va desde Cantillana hasta Cazalla de la Sierra, la cual atraviesa la finca “La Jarilla”.

 


 Ésta, es privada, por lo que teníamos claro que no podríamos abandonar la vía, ni mucho menos, llevar hides o redes para camuflarnos.Salimos de Sevilla sobre las 11:30 Raúl, Juanjo, su hijo Dani, Manu, y Lana, una joven aficionada a la fotografía, invitada por este último.Quedamos en Cantillana con Miguel, el cual venía acompañado de su amigo Pablo y su hijo, Jaime.


   A mitad de camino, una fina llovizna, hizo acto de presencia,  aunque íbamos tranquilos ya que la previsión meteorológica auguraba un día nublado sin lluvia, que nos hacía presagiar bonitas luces para la práctica de la fotografía de naturaleza.


 Una vez en el punto de encuentro, en Cantillana, y tras las correspondientes presentaciones y saludos, partimos hacia el tramo de la Vía Pecuaria donde dejaríamos los vehículos para iniciar la marcha.


Nada más bajarnos de los vehículos, apareció de nuevo la llovizna, que sólo duró el tiempo de comernos los bocadillos y preparar el equipo.


 Al traspasar las dos puertas que hay para acceder al tramo de vía que atraviesa la finca, apareció uno de los guardas, el cual seguiría observándonos en la lejanía hasta que nos perdió de vista.Era el comienzo de una marcha ascendente de entre tres y cuatro kilómetros, con una pendiente bastante pronunciada en algunos tramos.


 El sol nos acompañó durante todo el camino de ida, lo cual nos hizo temer que nos quedáramos sin agua en poco tiempo.
Los bramidos de los ciervos en celo, nos acompañaron durante toda la travesía, cada vez más cercanos conforme íbamos ganando altitud.


 Una vez llegamos a lo más alto, se abría una pequeña dehesa, y recorridos una decena de metros, un imponente ejemplar de ciervo, se puso en guardia nada mas divisarnos. Rodilla en tierra para que no se sintiera amenazado, empezamos a fotografiarlo, aunque estaba un poco lejos, pero por lo menos, nos aseguramos la foto de aquel hermoso ciervo con la cornamenta de ocho puntas.

 
 Decir que no es la especie ibérica, sino la centroeuropea, la cual se introduce para repoblar los cotos de caza. La envergadura y la pechera, poblada de pelo, es la que los diferencia de sus congéneres ibéricos.


 Todos a una, fuimos avanzando poco a poco para tener una mejor visión, ya que una pequeña elevación del terreno entre él y nosotros, no nos dejaba verlo al completo.Nos apostamos a un lado del camino, y aprovechando un pequeño terraplén, nos sentamos.La visión que teníamos, aún no nos dejaba verle las patas, pero no queríamos precipitarnos.


 No paraba de mirarnos, pero al poco tiempo, empezó a comer, lo que significaba que no se sentía amenazado.Un rato después, se echó en el suelo, lo que nos dejó unas estupendas instantáneas, sobretodo cada vez que bramaba al escuchar a sus competidores.




                         
 Dos machos aparecieron por la dirección en la que habíamos venido. Éstos, tenían una envergadura menor y huyeron nada más detectar nuestra presencia. Aprovechamos para comernos los bocadillos sin soltar las cámaras, por supuesto.
 
 
 Un jabalí entró en escena, el cual emprendió el camino atrás cuando nos vio.Durante toda la marcha, un grupo de buitres leonados, parecía vigilarnos desde las alturas.También divisamos un buitre negro, que volaba en solitario, una culebrera, y algunos abejeros.













 







 Acordamos avanzar unos metros con tranquilidad, siguiendo el camino para intentar fotografiarlo limpiamente, sin nada entre él y nosotros.A unos veinte metros aproximadamente, se alzó, y tras unos pocos minutos, se dio la vuelta y se retiró lentamente.





















Un par de ciervas aparecieron por su espalda, pero cuando se percataron de nuestra presencia, dieron la vuelta y se perdieron de vista.
Exhaustos por las tomas realizadas, y comprobando en la LCD de la cámara que tanto enfoque como composición estaban bien, seguimos avanzando unos 200 metros más.



 Un jabalí intentó pasar desapercibido, pero Jaime se lo impidió. No nos dio oportunidad para hacerle una buena foto.


 Amenazaba tormenta, por lo que decidimos emprender el camino de vuelta, esta vez, cuesta abajo.Llegando a la bajada del camino, otra vez nuestro amigo el ciervo, el cual nos miraba.


No dudamos en hacerle una buena sesión de fotos, ya que el paisaje que lo rodeaba era distinto al anterior.


Durante el camino de vuelta, destacar dos jabalíes que vimos, y una espectacular vista del pantano de Melonares, con el sol poniéndose tras los lejanos montes, que teñía el cielo de un color rojo fuego.





En definitiva, una grata experiencia, que debe ser y será repetida.

 

sábado, 14 de julio de 2012

Atardecer y nocturna en Dehesa de Abajo


  Una vez en el aparcamiento de la dehesa de abajo, empezamos a planificar como gestionar el tiempo y buscamos algunas localizaciones para poder fotografiar por la noche.
Ya reunidos el grueso de asistentes, nos dirigimos hacia la laguna. La luz aún era dura, por lo que íbamos sin demasiadas prisas.


Mientras esperábamos al último componente de la quedada, nos dedicamos a fotografiar libélulas que teníamos a nuestro alrededor, las cuales se contaban por decenas.
 También captamos los reflejos del sol, cada vez más bajo, en la laguna, con aves como flamencos, espátulas, cigüeñuelas y agujas colinegras como fondo. Todo esto, mientras un buen grupo de milanos sobrevolaba los acebuches como pendientes de lo que hacíamos. A ellos también les dedicamos algo de tiempo.Con el sol cerca de la línea del horizonte, nos fuimos a la parte opuesta de la laguna, donde multitud de cigüeñas blancas han tomado varias encinas para construir sus nidos.

Estuvimos algo más de una hora fotografiando las pajareras, acompañados por infinidad de mosquitos a los cuales no parecía importarles mucho la loción con la que nos rociamos para evitar que nos picaran.
Después de cenar unos suculentos bocadillos, preparamos el equipo para la práctica de la fotografía nocturna. Trípode, cámara, cable disparador y linterna.

La primera sesión de la noche la dedicamos a fotografiar un acebuche rodeado de plantas secas que le daban un aspecto algo mágico. Tres días atrás, tuvimos luna llena, por lo que la luz seguía siendo muy intensa, impidiendo que las estrellas destacasen en el cielo.


 La segunda sesión fue a los pies de un gran tronco de árbol muerto, curvado en el que sus dos extremos estaban en contacto con el suelo. La idea aquí, era captar la estela que dejan durante una larga exposición, las estrellas al girar en torno a la polar, dejando al tronco en primer término.

Cuando estábamos en plena exposición, con los obturadores abiertos, apareció a nuestra izquierda un grupo de unas 30 cigüeñas que cruzaron por encima de nosotros. Al estar montados los gran angulares en las cámaras, varias de ellas se metieron dentro del encuadre. Gracias a que llevábamos el flash preparado en la mano, pudimos congelar la imagen con tres destellos del flash. El resultado fue una preciosa imagen con halo de misterio del cielo estrellado con varias cigüeñas dentro del encuadre, en la parte superior, y el tronco del árbol en la parte inferior.

Sobre las 3:30 a.m., dimos por concluida la sesión de nocturna y tras cenar otros bocadillos acompañados de frutos secos, nos dispusimos a echarnos a dormir un rato, hasta el amanecer.

Decidimos descansar en la zona trasera de la laguna, ya en los pinares de Aznalcázar, por lo que tuvimos que coger el coche para llegar al emplazamiento que teníamos en mente.

Por el camino, se nos cruzó un zorro y varios conejos, a los cuales no pudimos fotografiar en condiciones, y un precioso mochuelo posado en el suelo donde íbamos a montar el vivac, al que sí se le pudo fotografiar.


Ya amaneciendo, sobre las 6:30, recogimos el vivac, y nuestra sorpresa fue mayúscula cuando una vez montados en el coche, a un lado del camino vimos un erizo que se movía lentamente. Con cuidado lo sacamos del camino, y le dedicamos un par de horas de reportaje fotográfico. Probamos todos los objetivos de diferentes distancias focales que llevábamos en el equipo.

Llenos de satisfacción por el resultado de la salida fotográfica, emprendimos el camino a casa, deseando organizar la próxima.